Comida chatarra o berrinche: esa era la ecuación a la que tenían que enfrentarse los padres de Enrico Rapalin (23) durante su infancia y adolescencia. Nacido y criado en Venado Tuerto, en la provincia de Santa Fe, era el menor de tres hermanos varones en una familia de padres trabajadores que estaban fuera de casa la mayor parte del día. "Alimentar a tres chicos en pleno crecimiento era una tarea que llevaba tiempo y no nos conformaban con poco. Además, como mis dos padres siempre trabajaron, el tema comida lo resolvían como podían. Siempre terminábamos comiendo algo rápido y no tan saludable y, en mi caso, comía mucha cantidad. No me podían hacer tocar una verdura, comer un simple bife a la plancha o algo más liviano. Al final, era comida chatarra para mi y en grandes porciones, o el nene lloraba", recuerda.
Enrico reconoce que fue un niño complicado en materia de alimentación. Se resistía a ampliar su menú e incorporar alimentos saludables a su dieta. El aspecto emocional no era un tema menor en su vida. Aunque la etapa escolar fue relativamente tranquila y tuvo contención de un grupo de amigos que era consciente de su problema y lo defendía cuando algo pasaba, Enrico sufrió algunas experiencias puntuales de agresión que aún recuerda. "Se reían por lo bajo, hacían chistes sobre mi cuerpo o me miraban de cierta forma que me hacía sentir incómodo. Todas estas malas acciones lo que hacen es perjudicar aún más a la persona que padece el trastorno alimentario. Si se tiene baja autoestima, y encima te agreden, esto nos hace sentir aun más bichos raros y que nunca vamos a ser iguales que al resto".
El sobrepeso fue un fantasma que estuvo siempre presente de la familia de los Rapalin. Pero un buen día decidieron que había llegado el momento del cambio y comenzaron a cambiar hábitos. Y fue en 2013 que Enrico logró dar el gran salto. Estaba pesando 160 kg, el riesgo de desarrollar diabetes cada vez era más grande y, simplemente, necesitaba verse y sentirse mejor. Así, con la ayuda de distintos profesionales de la salud y mucha convicción comenzó a mejorar su estilo de vida. "Mudarme solo a Buenos Aires y formar mis propios hábitos alimentarios fueron la llave al éxito para bajar de peso. Porque yo podía controlar todo lo que comía y no comía. En esta etapa, que transcurrió en 2014, logré un control mental y una determinación que no sabía que tenía en mi interior. Nunca dejé de comer harinas y cosas ricas. Lógico, comía con muchísima menos frecuencia. Pero por ejemplo, comía cereales o pan en el desayuno y merienda. Y siempre cuidaba mucho las porciones".

El otro extremo
Había ya pasado un año desde el gran cambio y, aunque Enrico había logrado un descenso de más de 60 kg, no estaba conforme. Cuando alcanzó su peso más bajo, la preocupación por lo que comía se había vuelto una obsesión. "Pensaba que todo me quería hacer engordar: la sociedad, el marketing, las comidas ricas, las reuniones sociales donde la comida estaba, desde luego, siempre presente. Fue una etapa muy difícil, aún más de lo que fue mi descenso de peso, porque tenía una suerte de fobia social. Me costaba dialogar con la gente. Creo que enfrascarme mucho en un objetivo para bajar de peso me dejó totalmente aislado de ver tantas otras cosas que la vida nos ofrece. Pense que estar flaco iba a ser lo más grande y mejor del mundo. Pero cuando logré mi objetivo, me di cuenta que la vida no era así".
Entonces volvió a encauzar su rumbo y se dio cuenta que ese desvío accidental había sido un camino que necesitaba recorrer para poder conocerse, entenderse y saber cómo funcionaba ante diferentes situaciones de la vida. "Cuando veo fotos de esa época, lo primero que me viene a la mente es todo los pensamientos que tenía. Era agotador querer controlarlo todo. No era feliz. Fue algo que no quiero volver a pasar. Siempre medía o miraba todo lo que comía... tenía miedo de que fuera mucho o no fuera lo correcto. Que la fibra, las grasas que aportaba, ingredientes... No dejaba nada librado al azar". Hoy asegura que elige vivir en el equilibrio, tratando de comer lo más nutritivo y rico que puede. Sin ninguna restricción, porque es un convencido de que no hay alimentos malos ni buenos, sino hábitos malos.
Apasionado por el diseño y la estética de las imágenes (se recibió de diseñador gráfico y publicitario), en ese proceso de auto-conocimiento comenzó a darle forma a su cuenta de Instagram para compartir lo que había aprendido: recetas, preparaciones saludables, datos sobre alimentos y se animó a organizar talleres sobre alimentación saludable. Tiene una rutina organizada: desayuna temprano con frutas, lácteos y cereales y va tres veces al gimnasio por la mañana. Cuando llega a su casa, descansa y prepara el almuerzo. Por la tarde, antes de ir a la facultad, graba videos para YouTube, cocina o hace alguna receta que comparte por redes sociales. Luego va a la facultad -está estudiando nutrición- y regresa a su casa para trabajar en el proyecto de un libro de recetas.
"También trabajo internamente en el amor propio, aunque no haga mucha difusión por redes sociales. El auto-amarse se practica, es algo tan importante hacerlo y creo que fue el punto mas fuerte por el cual empecé a hacer mi cambio. Se trata de sanar desde adentro hacia afuera".


Por Jimena Barrionuevo - La Naciónvv