El gran protagonista de la jornada electoral de este domingo en Venado Tuerto fue el ausentismo brutal: solo el 42% del padrón fue a votar. Menos de la mitad de los ciudadanos se acercaron a las urnas. Un número histórico… pero por lo bajo: el más bajo desde el regreso de la democracia en 1983.
Mientras los políticos festejan entre selfies, discursos huecos y análisis que no convencen a nadie, la gente está cada vez más lejos de las urnas… y más cerca del hartazgo.
"Harta de falsas promesas", dispara Griselda, una ciudadana que decidió no votar por primera vez en su vida: “Desde que tenía 16 años voté en todas las elecciones habidas y por haber. Hoy decidí no hacerlo porque después hacen todo a su antojo y se olvidan de las promesas. No me arrepiento en absoluto.”
Y como ella, cientos.
“Yo ya no creo en más nadie. La política siempre fue sucia”, lanza Jorge sin filtro.
“Para eso me quedo en casa calentito”, dice Mario, descreído de todo.
Lucas no se guardó nada: “Prometen y prometen pero después se cagan en lo que prometen. Conozco políticos que son falsos, discriminadores, que buscan solo el dinero… dan asco, y de verdad que dan asco.”
Muchos dirigentes se apuran a minimizar el dato del ausentismo, lo disfrazan, lo justifican con el frío o con la fecha. Pero la realidad es otra: hay una enorme porción de la sociedad que ya no cree en las reglas del juego. Que no siente que votar sirva para algo. Que está cansada, frustrada y traicionada.
Martín es contundente: “¿Para qué voy a votar si después aprueban solo las leyes que les conviene a ellos? Son todos garcas.”
Sí, también están los que critican a quienes no votaron. Walter los apunta: “Los que no fueron a votar son los primeros que después se quejan.”
Pero quizás lo que más debería preocupar a la clase política no es quién se queja, sino quién ya ni siquiera se molesta en quejarse. Quién se cansó. Quién se bajó.
Cuando votar deja de sentirse como un acto de transformación y se vive como un trámite inútil, el sistema cruje. El desinterés no es causa, sino síntoma. Y como todo síntoma, avisa que algo más profundo está fallando.
El problema no es solo la baja participación. El verdadero problema es la legitimidad vacía de una dirigencia que celebra victorias mientras la mayoría elige el silencio.