Emanuel González tenía 12 años cuando le dijo esa frase a la psicóloga social. Hace dos semanas se cumplió su predicción, cuando lo mataron a balazos.
Victor Emanuel González Benítez fue asesinado de cinco balazos el 22 de enero pasado, cuando salió de su casa para comprar cigarrillos y dos hombres lo esperaban en una moto. Fue en cuestión de segundos que los asesinos lo acribillaron y huyeron. Un vecino lo llevó al Hospital Provincial de Rosario, pero horas después murió.
“Ema”, como lo conocían en el barrio Tablada de Rosario, anunció su muerte cinco años antes, en una charla con la psicóloga que asistía a su colegio para realizar actividades sociales. “Seño, no llego a los 20, me matan antes”, le dijo con total seguridad el joven que murió a los 17 años.
En aquel momento todavía estaba a tiempo de ser recuperado, a pesar de que ya había empezado a consumir drogas y ya estaba involucrado en un grupo dedicado a la venta de drogas en la zona de Biedma y Grandoli.
Silvana D´amelio, la psicóloga que hablaba con él y que además es trabajadora de la Dirección Provincial de Niñez, Adolescencia y Familia, contó cómo era “Ema”.
“Él vendía, era soldadito. Contaba con toda naturalidad, desde que era muy chiquito, que le daban para vender generalmente en los pasillos. Cuando Ema tenía 12 años parecía de 17 por cómo lo respetaban los otros chicos”, explicó.

Balazos, fugas de penales juveniles y una muerte anunciada
De aquel aviso en 2017 a la trágica muerte en 2022, los años pasaron y las situaciones que permitían ver cómo podía terminar la historia fueron muchas. Una de ellas fue un ataque a balazos hacia Emanuel González, que terminó herido en una pierna.
A partir de ahí la Dirección de Niñez se hizo cargo de la situación, pero las acciones fueron meramente administrativas, porque la realidad es que el menor pasó por varias instituciones estatales y privadas, entre ellas el Centro Especializado de Responsabilidad Penal Juvenil (CERPJ), de las que se escapó de muchas.
A mediados del 2020, en plena cuarentena estricta, se vivió el aviso más grande de lo que le pasó al adolescente. Silvana estaba repartiendo meriendas frente a la casa de Ema, cuando los gritos se transformaron en un silencio tenso y peligroso.
“Pasaron unos pibes en moto, había lío en la casa de Ema, él se cruzó nervioso, medio temblando, y me dijo que lo querían matar”, rememoró Silvana en la entrevista. Finalmente, menos de dos años después la historia terminó de la peor manera: con un menor de 17 años muerto de cinco balazos.

Una madre sola para una lucha muy difícil
Gerónima es la mamá de Emanuel y Benjamín, el hermano más chico del adolescente fallecido. Llegó desde Paraguay a Rosario hace casi diez años y desde ese entonces luchó por sacar a su hijo de la droga.
“Yo luché mucho, me moví y no encontré apoyo. Yo le puedo dar todo acá en la casa, pero al salir a ellos ya les lavan el cerebro. No se puede luchar contra algo que no se puede enfrentar”, contó en una entrevista con el diario La Capital.
Más de una vez se metió de noche en los pasillos en los que vendían la droga para ir a buscar a su hijo, para ir a rescatarlo. “Es muy fácil sacarle la vida a los chicos”, explicó la mujer, quien también contó que su hijo había intentado salir de las drogas en más de una oportunidad.
“Yo antes lo veía de lejos y cuando me tocó a mí me partió el alma. Fue ver que cada día se iba más y más. Había momentos en los que parecía que iba a salir, pero volvía a caer”, agregó.

De un crimen a un merendero
Todavía perdura en Gerónima el dolor de la trágica muerte de su hijo, pero eso le dio fuerzas para intentar sacar a otros chicos de situaciones similares. ¿De qué manera? Con un merendero que, según ella, “ayude a los chicos a que estén ocupados y tengan una visión para mañana”.
“Estoy sufriendo porque me han sacado un pedazo de mí, pero ese dolor me da la fuerza para poder demostrarle a los chicos que la vida no es solamente la droga. Que hay muchas cosas, que pueden tener una esperanza para mañana”, contó.
Gerónima cree que el dolor lo podrá sanar dándole cariño a otros chicos. Su hijo era muy querido y su casa era el rincón donde se reunían a jugar. “Los chicos me ven y me dan un abrazo, es tan lindo ser una mamá grande. Yo perdí uno, pero quiero tener más”, dijo.
La mamá de Emanuel y Benjamín pide ayuda para poder empezar con el sueño del merendero: “Pido ayuda, una garrafa, un horno, mercadería. Quiero brindar en mi casa a los chicos la oportunidad de llevarse un pan casero, una pizza, una leche caliente, un mate cocido”.